Educación en el Amazonas

Leticia tuvo una educación marcadamente peruana hasta el año de 1930 (considerando que dicho territorio hacia parte de la jurisdicción vecina y sólo entra a formar parte del territorio colombiano con el tratado Lozano-Salomón de 1922). Y si vamos un poco más atrás en la historia podremos recordar que la educación colombiana durante gran parte de la primera mitad del siglo XX estaba en manos de la Iglesia: décadas después lo laico y lo religioso entraba en conflicto. Asimismo, la primera escuela colombiana en Leticia fue una casa prefabricada construida en EE.UU. No pasó mucho tiempo para que cediera su alegre vista a las recias condiciones de la selva.

Con todo lo anterior, puede verse que la fase inaugural de la educación en el Amazonas colombiano encontró serias dificultades. A lo largo del siglo XX y lo que llevamos del XXI esta tendencia se ha mantenido: los retos cada vez son mayores. Si bien vale la pena señalar que ha habido una paulatina evolución que apunta hacia la cobertura, la calidad y la inclusión. Esto se puede observar en el aceptable incremento de universidades, los programas ofertados por el SENA (Servicio Nacional de Aprendizaje) y los más de 150 centros educativos que cubren la demanda escolar en inmediaciones urbanas y corregimientos.

Actualmente los beneficiados de estos cambios son poco más de diez mil niños menores de 5 años, en esa medida el gobierno central, para la atención integral de la educación, desde el año 2011 viene asignando partidas de más de cuatrocientos mil millones de pesos (más de 1.000 millones de dólares); uno de los resultados es que la tasa de cobertura educativa, sin importar la edad o el género, ronda entre el 90 %, siendo Leticia la localidad con mayor grado de alfabetismo. Pero apaga el cerillo, no es hora de encender los cohetes chinos, en materia de educación aún hay mucho por hacer en el Amazonas colombiano. La Secretaría de Educación Departamental lo sabe, por eso implementa constantemente estrategias que logren afrontar los problemas de movilidad, nutrición, equipamiento de aulas, salas de informática y laboratorios. Todo ello mientras encara un nuevo problema significativo: la deserción escolar.

A esto último se le suma la necesidad de diseñar y ejecutar una «integración educativa» de las comunidades indígenas en acuerdo con sus tradiciones, es decir, que los indígenas impartan su propia educación, con fuertes componentes etnoeducativos. La propuesta ha tenido buena acogida, sin embargo muchas comunidades no pretenden que dicha educación se quede en una formulación antropológica o en un mero ejercicio de resistencia frente al avance de Occidente. Lo que desean es una conservación de sus tradiciones, que sea sostenible y efectiva, a través de la integración cultural.